miércoles, 19 de noviembre de 2008

La Cacería

Corría el año 1403 en la Tierra Media, una Tierra saneada del maléfico poder y asecho del país lejano de Mordor, donde gobernaba el Señor Oscuro. Ahora era una Tierra libre donde todas las razas estaban unidas y eran exentas de viajar por distintos caminos que antes serian inimaginables de cruzar. Existía una paz y tranquilidad misteriosa y desacostumbrada desde ya mucho tiempo, sin embargo aun persistían algunos grupos de rebeldes que causaban destrozos en pequeñas aldeas, cobrando fuerzas y aliados con el paso del tiempo. Estas terribles criaturas andaban rondando cerca al Mar de Rhûn, escondiéndose al oeste del mar entre las montañas cercanas. Era una compañía conformada por diferentes horribles razas de seres vivos alimentadas de odio y sedientas de sangre inocente. Antes bajo las órdenes de Saurón, estas terribles criaturas lucharon contra la valentía de los miembros de la Comunidad del Anillo y lograron de alguna manera escapar de arcos y flechas, hachas y espadas benditas. Pero estas espantosas bestias no estarán tanto tiempo sin ser cobradas por la justicia de la vida justa.

En el bosque al noreste del Mar de Rhûn en una mañana cálida, iluminada por un refulgente sol, llegó una compañía de hombres, grandes y distinguidos con cabellos largos y oscuros equipados con hermosas y ligeras prendas; montados sobre preciosos caballos de pelaje blanco y pezuñas plateadas. Entre estos hombres resaltaba especialmente uno llamado Argoth, el líder y Señor de esta compañía, con una mirada azul frío y un semblante mas duro que cualquier roca de Moría. El resto de la compañía estaba formada por cinco vastos hombres; Târo, el más impetuoso y malsufrido guerrero fiel a proteger incesantemente a su Señor; Azradas, sapiente en las destrezas del mundo (conocedor de mares, estrellas, flora, fauna, etc.); Helf y Huslof, hermanos y los más grandes de la compañía, diestros en razones de batallas; y por último Kilfhild, párvulo hombre, reconocido y respetado por sus artes culinarias y sanadoras (usa flores y plantas medicinales). Cada uno armado con grandes arcos, ligeras pero poderosas espadas, redondos escudos y diademas plateados sobre sus honradas frentes. Montados en hermosos caballos llevaban generosas raciones de comida para la travesía. Era pues, una compañía de cazadores en busca de increíbles ejemplares de jabalíes.

El objetivo de ese momento para los intrépidos hombres era encontrar un buen lugar donde instalar su campamento y no ser victimas fáciles de las terribles criaturas que consigo trae la oscuridad de la noche. En las primeras horas del día la compañía estuvo recorriendo el bosque. Pero conforme avanzaba el día el cielo se dividió en dos colores, uno celeste opaco que se mezclaba entre las nubes grisáceas y otro rojizo que se perdía entre los lejanos destinos de la tierra media. Fue así, y con ayuda de la frondosidad de las ramas y hojas de los brutales árboles que hacían un techo verde, como es que la oscuridad se apoderaba rápidamente del día y la preocupación invadía las almas de nuestra compañía.

— Kilfhild, sube a esos árboles y observa si encuentras algún campo abierto — dijo Argoth preocupado —. No me gusta como va luciendo este bosque y creo que no somos los únicos que andan por estos tenebrosos caminos. He oído acerca de un grupo de orcos que andan merendando cerca de estas zonas.

— ¡Señor! — respondió Kilfhild —. Veo un gran espacio entre un grupo de grandes árboles. No está muy lejos de aquí, en menos de una hora habremos llegado.

Mientras andaban, Helf y Huslof iban recolectando pedazos de leña para la fogata de aquella noche y hablando acerca de quien sería el que case el mejor jabalí en esta jornada, ya que todas las anteriores veces que lo hicieron fue el Señor Argoth el que se llevo los mejores ejemplares.

El Señor Argoth posee la maestría de un elfo cuando tiene un arco y flecha en sus manos. Pero esta vez seré yo quien tenga en la mira al jabalí más grande que la tierra haya visto nacer, y lo llevaré victorioso a casa — decía Huslof —. Seré yo el hombre que las historias recordaran dentro de muchos, muchos años cuando hablen acerca del antiguo deporte de la caza de jabalíes. Los niños escucharán cuentos y relatos de sus padres y abuelos, y ellos se los contarán a sus hijos y nietos acerca de las aventuras del gran Huslof y de cómo cazó al más grande jabalí de la historia…

¡Date prisa! — Gritó Helf — ¡Apresúrate! los demás se están alejando. Ya tendrás tiempo luego para ocuparte de esos menesteres. ¡Rápido! o los perderemos.

¿Ah? — reacciono Huslof —. ¡Voy en camino! — respondió—.

Cuando llegaron al gran espacio entre los árboles, se dieron con la sorpresa de que estaban a orillas del Mar de Rhûn. Fue entonces, con la oscuridad sobre los hombros que decidieron acampar y encender un fuego.

Mientras Târo iba amarrando a los caballos junto a un pequeño árbol, oyó unos extraños y sospechosos ruidos que provenían detrás de unos arbustos dentro del bosque, estos ruidos provocaron la incertidumbre en Târo. Entonces arrastrado por sus impulsivas acciones se adentro sólo al bosque dispuesto a dar muerte a lo que fuera que estuviera rondando por esa floresta. Târo era conocedor de que todo el mal aun no estaba destruido y sabía que extrañas criaturas andaban asechando pequeños pueblos y aldeas. Luego de unos momentos Târo tropezó con un bulto tendido en el suelo, después de observarlo detenidamente comprendió que era el cuerpo de un animal, que se encontraba todo mordido y desgarrado. Justo en ese momento se oyeron quebrantarse varias ramas, e inesperadamente salieron de entre varios árboles tres orcos armados con cimitarras dispuestos a acabar con el hombre. Uno de ellos dio un salto feroz apuntando el sable contra el cuerpo de la víctima, pero rápidamente éste desenvainó su espada y con gran agilidad la introdujo sobre el estomago del maldito orco que suspendido en el aire encontró su muerte. De repente dos ráfagas de aire acompañadas de unos silbidos fugases pasaron por ambos costados de la cabeza del encabronado hombre, eran las flechas del mismísimo Argoth que terminaron su curso en las cabezas de los otros dos orcos que se acercaban sigilosamente contra Târo.

Una vez tendidos los tres medio orcos, Argoth le dijo a Târo — Bueno compañero, cuando decidas dar un paseo por tu cuenta por estos follajes será mejor que andes prevenido, no me gustaría perder a unos de mis mejores hombres a razón de unos malditos seres.

¡Tres orcos! — Dijo Târo — sólo eran tres miserables orcos. Yo solo podría haber acabado con ellos. He terminado con la vida de miles de estas perversas criaturas con mis propias manos. No se preocupes por mi Señor mío que en la próxima batalla trataré de ser yo el que salve vuestra vida, porque me temo que habrá otra más muy pronto. Pienso que estos no serán los únicos que veamos rondando por aquí.

Tienes mucha razón Târo, amigo mío — respondió Argoth — al parecer todavía quedan restos del poder de Mordor por esta parte de la Tierra Media, y es nuestra obligación para con el Señor de Gondor acabar con ellos. Ahora regresemos con los demás.

Tan pronto llegaron al campamento y se reunieran con su sociedad, contaron los hechos ocurridos. Azradas, Kilfhild y los dos hermanos por su parte también creyeron haber oído algunos ruidos sospechosos cerca. Entonces por lo sucedido y luego de una pequeña comida decidieron turnarse para hacer vigilancia durante lo que restaba de la noche, el primero en quedarse vigilando fue Kilfhild, quien no tuvo ningún contratiempo, y luego Azradas. Durante toda esa noche Azradas estuvo muy quieto observando el cielo e intentando descifrar lo que le depararía el destino para él y sus amigos, además iba reconociendo el lugar donde se encontraban, aprendiendo los sonidos que consigo traía la noche, como el ruido que hacen los animales silvestres que van de un lugar para otro durante la oscuridad o el simple sonido que hace el viento cuando rebota de árbol en árbol pasando de rama en rama, entre otra cosas.

Al amanecer, muy temprano aparecieron dos pequeñas embarcaciones, cada una con un hermoso elfo navegando sobre ellas. Ambos elfos eran de cabellos dorados, altos y de una belleza indescriptible por la lengua común. Armados con grandes arcos y con valiosas dagas elficas. Los elfos apuntaron sus flechas contra los hombres y acercándose cautelosamente preguntaron cuales eran sus negocios en aquellos bosques.

Uno de los elfos con voz severa preguntó — ¿Quiénes son ustedes y qué acontecimientos conducen a seis hombres armados a estos olvidados bosques?

Mi nombre es Argoth, hijo de Galdoth, ciudadano de Gondor y estos dignos de ser nombrados hombres son mi compañía y los negocios que tengamos solo nos conciernen a nosotros — respondió orgulloso Argoth —. Más le hago saber que no son impuros para la tranquilidad de su merced, y la honorabilidad que usted pone en tela de juicio para con nosotros es comprensible, pero no aceptada. Nosotros mismos hemos tropezados la noche anterior con una patrulla de orcos a quienes dimos muerte. Entendemos que estos caminos no son seguros aún, pero ahora, quisiera también yo saber a quienes me revelo.

Veo profundamente en tus ojos y encuentro el bien — dijo el elfo — por eso te diré que mi nombre es Laenor y mi compañero es Idrinon, ambos hemos venido navegando a lo largo del Río Rápido y también acabamos con la vida de varios orcos que encontrábamos en los rededores. Dos noches atrás fueron atacados algunos caminantes por varios orcos en las afueras del Bosque Negro, nosotros fuimos enviados a perseguir a estas criaturas y su rastro nos conducen hacía las montañas al otro extremo de este mar.

— Instantáneamente Argoth contesto —. Mis asuntos por este bosque son frívolos a comparación con lo que me relatas y sería para mi y mi compañía un honor aunarnos a tu deber. Permitidnos acompañaros en su travesía y ayudaros en dar muerte a los despojos que ha dejado el mal, y no te arrepentirás de haberos tropezado con este conjunto de intrépidos hombres.
Mmm… está bien — respondió pensativo Laenor —. Una vez más los elfos y los hombres se unen para acabar con la fuerza maligna. Pero sólo a dos personas pueden trasladar cada una de estas embarcaciones, así que tendremos que dividirnos en dos grupos.

Meditando por un breve momento, Argoth dispuso de si mismo y de Târo para que acompañaran a los elfos hacia las montañas y que el resto de su compañía saliera a cazar orcos a paso ligero por la ribera del mar y que al llegar a las montañas tocaran el cuerno (Azradas llevaba consigo siempre un cuerno) para darse el encuentro todos. Entonces sería así como se desenvolverían los acontecimientos. Luego de unos momentos, después de alistarse, Târo y Argoth abordaron rápidamente las embarcaciones previstos de ligeras cargas. Argoth viajaba con Laenor e igualmente lo hacían Târo con Idrinon. La tarde iba cayendo paulatinamente y poco a poco se iban reflejando las estrellas del cielo claro y despejado que esa noche iluminaba el sosegado Mar de Rhûn. La travesía fue veloz y mientras las montañas se hacían más próximas el olor se tornaba violento y desagradable, las emanaciones de cuerpos descompuestos de animales utilizados para saciar el hambre de los ruines orcos, desprendían un tufo insufrible que provocaba cada vez con mayor energía en nuestros aguerridos navegantes la muerte de esos malditos seres.

De pronto fugases flechas amenazaban a los compañeros. No eran más que unos orcos que iban dando la bienvenida a los tripulantes de dichas las pequeñas embarcaciones. Pero gracias a los dones con los que fueron dotados los elfos, Laenor e Idrinon alzaron sus arcos y con la gran vista que su raza posee, apuntaron contra los amenazantes orcos ocultos en la oscuridad y en el camuflaje de la foresta. Instantáneamente dos luminosas flechas se clavaron en el pecho de uno y en la cabeza de otro, justo entre los ojos rojos y desviados del terrible ser. Pero otro de ellos consiguió huir y de seguro ir a poner en alerta al resto de sus compinches.

Una vez en la orilla los cuatro compañeros establecieron un pequeño campamento sobre una parte de las montañas que se abrían como una pequeña barrera de enormes rocas que los ocultaban muy bien de cualquier intento de ataque enemigo, la presencia de algún fuego acogedor fue rechazada debido a que preferían pasar desapercibidos en la oscuridad, ya que los orcos son criaturas que se desenvuelven mejor en la noche. Las primeras horas de vigilancia las tuvo Târo a cargo y luego Idrinon.

Entretanto, el orco que logró huir llegó a una tenebrosa, oscura y fría cueva al pie de una filosa montaña. Al ingresar, la tétrica cueva sólo se iluminaba con lenguas de fuego provenientes de feroces antorchas, los pasadizos eran amplios pero bajos en altitud con distintos y varios caminos como si fuera un gran laberinto de olor a muerte. Después de cruzarse con muchas diferentes criaturas espantosas y decadentes, llegó a una gran sala donde se encontraba un Olog-Hai, estos eran terribles en el combate, porque habían sido criados, por el mismo Señor Oscuro, para ser como animales carroñeros que ansiaban la carne de sus enemigos. Iban protegidos con cotas de malla duras como piedras y con facilidad alcanzaban el doble de la altura y corpulencia de un hombre. Llevaban escudos redondos, negros y sin adornos e iban armados con enormes martillos, y poseían poderosas garras y grandes colmillos. Ante su ataque, pocos eran los guerreros de cualquier raza capaces de sostener un firme muro de escudos defensivos, y las hojas no benditas por un sortilegio élfico no podían atravesar sus duras pieles para derramar su impura y negra sangre. La existencia de estas criaturas se creía extinta después de la caída de su mismo creador. Pero hubo una sola de estas bestias que logro fugarse y conservar su desgraciada vida, y ahora es el ser más temido por un grupo de orcos que tiene a su mando.

Cuando el escurridizo orco estuvo frente a su derrenegado amo, este con voz temerosa empezó a informarle acerca de lo sucedido en las orillas de l Mar de Rhûn.

Amo Gháshnat traigo noticias que le pueden interesar — dijo el orco —.

Que puedes tú decirme que me pueda afectar — vociferó Gháshnat —. Mas vale que sea bueno lo que tienes que decir, por que de lo contrario te mandaré a sisar el cogote y a quemarte el otro ojo. ¡Ya habla… que agotas mi paciencia!

Amo mío lo que mi ojo vio fue a dos hombres y dos elfos fisgoneando cerca del mar, y ellos mismos dieron muerte a dos de los nuestros…pueden tener a más guerreros y ya pueden estar cerca de nuestro escondite — replico el orco —.

¡¿Qué…?! — gritó Gháshnat —. ¡Malditos inútiles, no pueden ni acabar con cuatro malditas almas en la oscuridad de la noche y escondidos entre arbustos y rocas…! ¡Arrástrate a mi horrenda bestia negra! Cuando el tuerto orco se iba acercando muerto de miedo y muy lentamente, se podía notar en su deformado rostro la expresión viva del pánico. A pesar de que éstas criaturas no tienen sentido del dolor, éstos seres alguna vez fueron elfos libres que cayeron en manos de dementes transformaciones y mutaciones.

Entonces, cuando el Olog–Hai tenía cerca al medroso orco, sorpresivamente lo tomo con una sola mano por el pescuezo y con la otra mano introdujo sus enormes garras dentro del pecho del macilento, desprendiendo así su negro corazón. Fue entonces como Gháshnat, con la mano en alto sosteniendo las tripas del estrujado cuerpo y con un fuerte grito, ordenó a sus tropas que encontrarán y matarán a los intrusos.

Inmediatamente una gran tropa de orcos armados con espadas, lanzas, pesadas armaduras, escudos y gruesas flechas salió de la asquerosa cueva que tenían como guarida. Corriendo por los oscuros y agrietados caminos de piedra, gritando y maldiciendo iban avanzando rápidamente en busca de sus presas que andaban escondidos por alguna parte de esa zona. Los incansables orcos corrieron durante mucho tiempo sin encontrar rastro de los cuatro compañeros. Corría el tiempo, la mañana se iba acercando y el sol ya se levantaba por el este de la Tierra Media, justo por detrás de las montañas, haciendo una silueta de dientes agudos y filudos que mas parecían las mandíbulas de un gran dragón de fuego.

Mientras tanto, al otro extremo de las montañas a través del mar los cuatro hombres de la compañía de Argoth tomaron sus caballos y salieron raudamente después de la partida de su Señor. Cargados de ligeras provisiones galopaban a través de las altas hierbas de las orillas del Mar de Rhûn, además entre robustos árboles. Durante todo el día cabalgaron sin ningún imprevisto, ni señales de orcos. De repente con el paso del día el cielo se colmó de oscuridad y cayó una noche fría adornada por miles de refulgentes estrellas que se reflejaban sobre el mar, dando la impresión de que solo por cielos se conformaba el mundo antiguo. Imposible dejar de mencionar la imponente luna amarilla y redonda que iluminaba y creaba sombras tenebrosas en árboles y rocas. Teniendo este escenario, Azradas decidió detenerse por un momento. Tomó asiento sobre una roca, y pasando la mano derecha por su rostro de forma meditativa, alzó una mirada triste y observo cuidadosamente el firmamento por largo tiempo. Atrás suyo, no muy lejos Helf, Huslof y Kilfhild tenían una pequeña merienda y conversaban silenciosamente.

Ya con la noche avanzada, Azradas se acercó a sus compañeros y cogiendo una porción de alimento, tomo asiento y empezó a decir: — Veo un cielo limpio e inquietantemente tranquilo, el viento del oeste trae consigo olor a sangre negra, por lo cual sospecho que no muy lejos de este lugar debe haber una tropa de orcos. Por otro lado las estrellas me traen señales alentadoras para nosotros y para nuestros compañeros que tampoco deben estar muy lejos de aquí. Debemos darnos prisa y darles el encuentro, antes de que los orcos nos encuentren a nosotros o a ellos primero —. Termino Azradas.

Así fue como violentamente los cuatro compañeros tomaron sus cosas e iniciaron nuevamente la carrera contra el tiempo. Sus trotones de una manera extraordinaria parecían no agotar sus energías, cabalgando con gran velocidad, comparable con el recorrido del viento cuando pasa por picos blancos y fríos de montañas altas y solitarias. De repente, cuando menos se imaginaba, el cielo comenzaba a iluminarse por una pálida luz que se alzaba por detrás de las majestuosas rocas que formaban una gran cadena de picos siniestros. Entonces fue así que con el nuevo día, vinieron nuevas noticias y descubrimientos. Por unos momentos Azradas, Helf, Huslof y Kilfhild andaban a pasitrote por la orilla del mar explorando el territorio para ver si es que encontraban alguna pista que los condujera al encuentro del resto de su tropa. Por delante iban Huslof y Azradas, y unos pasos más atrás andaban Helf y Kilfhild. Fue cuando después de unos momentos de caminata se oyó a Helf gritar — ¡Oigan amigos…! ¡Miren en aquella dirección…! —.

¡Bien hecho Helf! — respondió Azradas entusiasmado — miren bien todos entre esos matorrales y se darán cuenta que hemos encontrado gracias a Helf las embarcaciones de nuestros compañeros. Al parecer ellos mismos han camuflado sus embarcaciones para que no sean encontradas por otras criaturas y para que no los encuentren, por lo tanto imagino que no deben estar muy lejos de este lugar —.

Azradas, pienso que es el momento indicado de utilizar el cuerno — sostuvo Huslof —, aunque sé que quizá pueda ser riesgoso, porque delataríamos nuestra posición frente a los orcos que se encuentren cercanos, pero mi corazón me dice que debemos confiar en el resplandor de este nuevo día que trae consigo un sol tan radiante que sería insoportable para las criaturas negras que nos preocupan. Además tengo el presentimiento que nuestro Señor Argoth no anda lejos y necesita de nuestro apoyo para poder acabar con esos terribles orcos —.

Tienes razón mi querido amigo — respondió Azradas — utilizaré el cuerno en este momento para que nuestro Señor de cuenta de nuestra presencia y se aliste a salir a darnos el saludo del encuentro que terminará con al vida de la maldad en la tierra media —.

Entonces cuando Azradas tocó el cuerno, nació un sonido digno, tan fuerte y claro que produjo que las aves y todos los demás animales que rondaban por ahí en esos momentos salieran rápidamente corriendo como si fueran ellos mismos mensajeros del bien y tuvieran una importante misión que realizar. Momentos después de haber sonado el estruendoso cuerno, se oyó el soplido de una flecha que se incrusto en el tronco de un robusto árbol y que alerto a los cuatro hombres que estaban preparados para la batalla. Cuado de pronto entre los follajes apareció de un salto Târo y tras él Laenor e Idrinon, y por último lentamente Argoth.

El encuentro fue indescriptible, la emoción por ambas partes era incontrolable, la alegría se desparramaba por las caras de cada uno de los participantes, y sus corazones se llenaban de esperanza nuevamente frente a sus objetivos. Ahora la compañía era una sola y había crecido en número, ya no eran tan solo cuatro guerreros, sino que eran ocho bienaventurados seres que buscaban darles justicia a toda mal nacida criatura que haya pisado esta tierra.

Luego de darse y recibir los saludos correspondientes entre ellos, algunos recolectaron leña y otros apilaron rocas de manera de disfrutar una pequeña pero muy placentera comida para alegrar el alma por unos instantes. Se encendió una refulgente fogata que calentaba una olla conteniente de una muy olorosa comida preparada nada más que por el mismo Kilfhild, quien demostró todas sus habilidades culinarias y dejo sin palabras a los elfos que en su vida habían probado comida tan deliciosa de manos de un hombre.

Esto es para que los elfos no piensen que los hombres servimos tan solo para la batalla o para causar problemas mis queridos compañeros de cabellos dorados — dijo Kilfhild alegremente —.
No tiene por que preocuparse mi apreciado amigo — respondió Idrinon —, porque de ahora en adelante a cualquier lugar que vaya siempre en mis historias estará presente lo magnifica que esta comida es, y hablaré con orgullo que un párvulo, pero muy grande hombre llamado Kilfhild, ciudadano de Gondor, es el hacedor de dichosa merienda.

Así fue como pasaron las primeras horas del día los compañeros. Pero no todo sería alegría ese día, porque volviendo a la cacería, Argoth ya tenía en mente un plan por realizar y pensaba terminar todo ese mismo día.

El plan para ese día era simple, Argoth era conocedor de que los orcos no serían grandes en número, puesto que la mayoría de esa raza de seres malignos había perecido en las batallas anteriormente llevadas a cabo, y muy pocos quedaban por estos senderos de la vida. Pero con lo que no contaba, y nunca se imaginaría el Señor de la compañía, era que tendría que lidiar con una bestia tan terrible como lo es un Olog-Hai. Es así como Argoth en la soledad de sus pensamientos se retira por breves momentos de su compañía de valientes hombres y elfos, y en lo profundo de su meditación va planeando y creando lo que sería la última jornada de aquella aventura que se había iniciado tan solo con la simplicidad de una cacería de jabalíes. Argoth entendía la fortaleza y capacidad aniquiladora de sus guerreros, y por esa razón era la confianza en que todo podría terminar ese mismo día. De esta manera, es como luego de unos momentos, el Gondoriano se aproxima a sus compañeros, y les relata la simplicidad de su plan.

Mis loables compañeros — interrumpió Argoth —, escuchen con atención. Los orcos ya están advertidos de nuestra presencia, la noche del día de ayer salió una tropa de al menos cincuenta seres, nosotros como ya se podrán haber dado cuenta, nos logramos esconder entre la oscuridad y las rocas, pero descubrimos que los orcos están escondidos en una cueva no muy lejana de aquí en dirección al noroeste. Lo que nosotros haremos es, ir en esa dirección siguiendo las pisadas de las tropa de la noche anterior, en busca de su guarida, e ir matando silenciosamente a todos los orcos que nos topemos en el camino, iremos por las cercanías del camino, escondiéndonos en las rocas, cuatro de nosotros irán por el extremo derecho, y el resto por el izquierdo. Una vez que estemos frente a la entrada de la cueva, atacaremos rápidamente a los vigilantes, procuraremos no hacer mucho ruido, suerte que contamos con diestros arqueros, como lo son los elfos, y en esta oportunidad sus inmaculadas flechas serán un factor determinante para esta misión. Antes de salir recolectaremos leña y arbustos secos, y cada uno de nosotros llevará consigo una considerable cantidad de este combustible de fuego, para llevarles a los orcos una pequeña trampa, esto nos dará la oportunidad acabar con ellos más fácilmente. En el momento en que terminemos con los guardianes de la entrada de la cueva, prepararemos nuestra astuta emboscada, una vez terminada esta, alguno de nosotros deberá entrar y llamar la atención del resto de la tropa, los demás de nosotros esperaremos afuera para darles la emboscada, contamos con la falta de inteligencia de estas criaturas, para que caigan perfectamente en nuestra trampa. Por último, cuando ya no salgan más orcos de la cueva, entonces seremos nosotros mismos quienes entren en ella, solo de esa manera podremos estar seguros de haber acabado con todos.

Ahora debemos decidir quien tendrá el cargo de atraer a los enemigos hacia las afueras de la cueva, donde tramamos la emboscada.

Yo lo haré — Respondió Azradas decididamente —. Yo soy lo suficientemente rápido para entrar y salir a tiempo de esa cueva.
Entonces está decidido — finalizo Argoth —.
Comenzaron así los preparativos para la última travesía, haciendo todo fugazmente, ya que no querían ser sorprendidos por la noche, aprovecharon bien su tiempo de la mañana que poco a poco se iba terminando con el paso del día. Cuando terminaron de aunar todo el combustible, lo cargaron como equipaje, cada uno llevaba una gran cantidad de arbustos y ramas secas. Así es como emprendieron paso hacia lo que sería una agotadora batalla contra los rezagos del mal y la oscuridad. Tal como lo planeado, se separaron nuevamente, los dos grupos estaban conformados por los mismos con los que se separaron en la primera oportunidad. A breves momentos de ir escabulléndose entre las rocas cercanas del camino formado por las deformadas pisadas de la tropa de orcos de la noche pasada, avistaron a cuatro no muy grandes orcos parados, formando un pequeño círculo con sus espaldas, andaban vigilando hacia todas direcciones, los cuatro estaban armados con oscuras cimitarras, manchadas de sangre; y cada uno de ellos contaba con largos arcos, gruesas y grotescas flechas. Rápidamente Idrinon y Laenor tomaron sus arcos y desde el flanco derecho del camino apuntaron contra dos de los orcos. Igualmente lo hicieron Helf y Huslof del otro lado del camino. Tan pronto los cuatro tiradores oyeron la señal de fuego dada por Argoth, salieron disparadas cuatro ráfagas invisibles que dieron cada una de ellas en los pescuezos y cráneos de los orcos. Tendidos los fétidos cuerpos en el suelo, los valerosos hombres, indignados, tuvieron que arrastrar los cadáveres a las afueras del camino, y esconderlos de la vista de otros orcos.

Conforme avanzaban, encontraban en el camino más orcos vigilando constantemente todo lo que ocurría en rededor. Al igual que a los primeros vigías, estas criaturas caían muertos en el suelo frío a causa de las flechas de nuestros ladinos amigos. Cabe resaltar que la decorosa compañía andaba viajando ligera de equipaje y no contaban con cuantiosas flechas, motivo por el cual tenían que ir retirando las saetas de los cuerpos apagados. Era una situación enojosa, ya que la sangre negra de estas bestias es caliente y pestilente, al mínimo roce de esta sustancia con la piel, se siente como arde, y provoca comezón. Era una sensación desagradable. Lastimosamente era una dura tarea inevitable por hacer.

Habiendo llegado ya al pie de la montaña donde era el sito de la cueva de los orcos, Argoth y la compañía entera divisaron exactamente siete orcos custodiando la entrada de la pestilente guarida. Decidiendo utilizar la misma técnica silenciosa y eficaz con la que empezaron esta misión, fue como nuevamente alzaron los arcos, afinaron la mirada, y dispararon fugazmente siete centellantes saetas que acabaron instantáneamente con los desdichados cuerpos. Al mismo momento en que los cuerpos tocaron el suelo, los ocho compañeros raudamente tomaron cada uno de ellos su pequeña bolsa de combustible y la colocaron estratégicamente a lo largo del túnel de la entrada de la cueva. Una vez escondidos los cuerpos muertos y todo arreglado según lo planeado, siete de los miembros de la compañía se camuflaron alrededor de la boca del túnel. Fue entonces cuando Azradas, valientemente iniciara lo que sería la última etapa de la misión planeada por Argoth. Ahora para el resto de sus compañeros era solo cuestión de esperar a que su fiel camarada saliera con éxito de su arriesgada tarea. Todos tenían plena confianza de que Azradas cumpliera con su objetivo.

Era así como Azradas se introdujo en la maloliente cavidad. Conforme iba avanzando el aire se volvía mas pesado, el suelo estaba arto de profundos charcos de una sustancia pegajosa, las paredes ásperas tenían filosos encuentros, y no era totalmente oscuro gracias a varias pequeñas grietas por donde entraban los rayos del sol. Iba andando varios pasos más y sospechosamente no encontraba señal alguna de enemigos. Después de unos momentos de caminar derecho sin voltear en los caminos que se abría en distintas direcciones a los lados, fue cuando Azradas comenzó a oír una gran bulla que provenía de un enorme salón que se formaba en una entrada a la derecha del pasadizo en el que él se encontraba. Asomó la cabeza cuidadosamente y pudo ver un ejército de orcos, eran cerca de cincuenta orcos, pero la mayor sorpresa fue cuando por primera vez en su vida divisó a una criatura como la que estaba en medio del gran salón de piedra. Por un momento el miedo invadió el cuerpo de Azradas, de manera que delataba su presencia. Los orcos pueden oler el miedo de un hombre a kilómetros. Inteligentemente Azradas comenzó a correr lo más rápido que sus piernas se lo permitían. Tras de él, la tropa entra de orcos salió en su búsqueda, gritando y maldiciendo en su lengua negra, iban cruzando todo aquel largo pasaje por donde Azradas había entrado.

Escondido, afuera de la guarida estaba atento Laenor, listo para recibir la señal de Azradas. Tan pronto cruzo Azradas la salida de la cueva, toco con gran fuerza su estruendoso cuerno, con lo cual Laenor inmediatamente prendía fuego a una de sus firmes saetas, y con la misma rapidez la lanzo en la entrada de la cueva, en donde habían preparado y esparcido todo el combustible inflamable. Justo en los momentos en que los orcos iban saliendo, la flecha encendida toco suelo e inmediatamente todo era puras lenguas de fuego tan altas que tocaban las paredes mas altas de la cueva. Muchos de los orcos fueron quemados vivos, pero muchos de ellos también lograron salir.

Los seis hombres desenvainaron sus espadas y saltaron al gramado al encuentro de las malignas criaturas. Los aspadazos iban y venían en diferentes direcciones, los pequeños escudos redondos no eran lo suficientemente resistentes para esta clase de faena. Mientras que los dos elfos aun permanecían camuflados lanzando flechazos con una velocidad tan rápida que los orcos ni se imaginaba de donde provenían dichos disparos. Pero llego el momento en que las flechas se terminaras, entonces los elfos se lanzaron junto con sus aliados hombres a dar lucha cuerpo a cuerpo contra los orcos. La batalla era indescriptiblemente feroz. Los orcos parecían no agotarse y atacaban cada vez con más furia. La destreza individuadle de cada uno de los compañeros salía a relucir. Con ágiles movimientos esquivaban los golpes enemigos y con gran audacia incrustaban sus espadas en los cuerpos deformados de los orcos. Conforme la batalla se desenvolvía, los orcos iban cayendo uno por uno, y cada vez eran menos. Entonces cuando todo parecía llegar a su fin con la victoria para los aliados, es que aparece de entre el humo blanco y espeso una gran sombra negra.

Con un fuerte alarido el monstruoso ser declaró la guerra a sus bravos oponentes. El primer ataque fue de Idrinon, quien disparó un flechazo dirigido al hombro de Gháshnat. Este último no tuvo ninguna reacción de dolor, entonces energéticamente arrancó la flecha introducida de su costrosa piel, la trituró y dejo caer por el campo de batalla que estaba lleno de cenizas, sangre y restos de orcos caídos. Con esa acción Gháshnat dio señal que sería un muy difícil adversario.

Después de eso el Olog – Hai contra ataco fuertemente con un movimiento de su repugnante espada, que termino por herir levemente a Kilfhild sobre su brazo izquierdo. Leanor e Idrinon por su parte se escabulleron sagazmente en ambos flancos del enemigo, lanzando saetas que desesperadamente no parecían hacer efecto alguno sobre el terrible ser.

Helf y Huslof arrebatados por la ira fueron de frente contra el cuerpo de Gháshnat con sus espadas dispuestas, pero en el momento del impacto se encontraron violentamente con el gran escudo del Olog-Hai, que más que escudo parecía una fuerte pared de piedra.

Fue cuando astutamente Târo y Azradas aprovechando el ataque de sus compañeros, sorprendieron por las espaldas al terrible enemigo. De ágiles saltos ambos compañeros se abalanzaron e introdujeron sus espadas en los hombros posteriores del Olog–Hai. Este se sacudía y a la vez alzaba un grito ensordecedor y desgarrador en el cielo. Pero el ataque no duro por mucho tiempo, ya que la criatura tomo por los pies a ambos guerreros y los lanzo contra los árboles y rocas que se encontraban alrededor.

Argoth, ligeramente alejado de la batalla, observaba y buscaba en sus pensamientos algún plan que acabara con esta maligna vida. Entonces el Señor de la compañía ente sus pensamientos e ideas, recordó los antiguos y asombrosos relatos de sus antepasados acerca de aventuras y batallas. De pronto llego la respuesta a sus problemas.

Con una rápida reacción, Argoth, regresó a la batalla, observo a sus compañeros fatigados, heridos y luchando con todas sus fuerzas contra el Olog–Hai. Animado por la valentía de sus hombres se lanzo al campo de batalla a luchar hombro con hombro junto a sus compañeros.

Tan pronto como Argoth tomo conciencia de vuelta en la batalla, velozmente se acerco a sus compañeros elfos, quienes poseían dagas encantadas por sortilegios de su raza. Estas dagas podrían ser la única manera como derrotar la terrible Olog-Hai. Sin duda alguna era muy difícil colocar un golpe certero contra el enorme y bien defendido cuerpo de Gháshnat. Cuando Laenor e Idrinon supieron lo fatales que podría ser sus armas contra el enemigo, estos dos muy ágilmente se colocaron en la retaguardia del terrible ser. Mientras tanto los seis hombres se ocupaban del ataque frontal, con la intención de distraerlo. Fue así como después de muchos intentos fallidos y tiempo de lucha, cuando parecía todo perdido, con la honorable y valiente compañía fatigada y herida, es como sacando fuerzas desde muy dentro de sus corazones que luchan por vivir en una tierra libre y exenta de todo mal que pueda perturbar a inocentes, hubo en una acción de bravura e ira, iniciada por Helf y Huslof. Ambos hermanos se lanzaron contra los brazos del enemigo y lo sostuvieron con todas las fuerzas de su cólera. Inmediatamente Azradas y Kilfhild se lanzaron contra el enemigo también. Intentaban herirlo con sus ligeras espadas, pero los esfuerzos eran en vano. Al mismo tiempo Argoth dio una señal a los elfos para que atacaran al maldito ser sostenido ahora no solo por ambos hermanos hombres, sino también por Azradas, Kilfhild y hasta por el mismo Argoth. Los hombres no parecían resistir demasiado ante la inagotable e incontrolable fuerza de Gháshnat. Entonces antes de que el Olog-Hai pudiera liberarse, Laenor e Idrinon introdujeron sus dagas en la gruesa y negra piel del monstruo. Sorpresivamente las dagas se clavaban suavemente, dañando considerablemente a la oscura criatura. El grito en el cielo que produjo este ataque fue desgarrante y ensordecedor, la sangre que brotaba desprendía un hedor insoportable. Al notar el daño en el enemigo, los elfos nuevamente dirigieron sus dagas contra la criatura, pero en esta oportunidad con mayor fuerza y repetidas veces, lo apuñalaron sin piedad, una y otra vez, hasta el momento en que cayó al suelo. Ya tendido en el campote batalla, se sintió un alivio en los corazones de las razas ahí presentes encontradas y aliadas en esta aventura.

El aire mágicamente se colmo de paz y tranquilidad, el sol del atardecer volvió a nacer de entre nubes grises y desoladoras, los árboles volvían a brotar hojas vivas y relucientes, los pastos brillaban con un verde alumbrado por los rayos rojizos del astro grande del cielo, los animales por su parte retornaban a sus caminos libres de andar sin temor a la maldad desencadenada alguna vez por el poder de Mordor. La tierra Media respiraba otra vez en mucho tiempo las bondades que consigo trae el poder del bien, hace muchos años creo Eru.

Simultáneamente nuestros héroes yacían tendidos, agotados, heridos, y fatigados por la concluida batalla. Poco a poco se iban poniendo de pie, y conforme lo hacían, se maravillaban los ojos con el nuevo esplendor que la tierra estaba tomando. Cuando todos se reunieron, ingresaron a la cueva para asegurarse de que no quedaran restos del poder maligno en pie. Provistos con más antorchas además de las que la cueva poseía, recorrieron todos los pasajes, encontrando nada más que cuerpos mutilados y descompuestos que seguramente habrían servido de alimento en algún momento. Al llegar al salón principal, donde Azradas obtuvo el desagrado de ver por primera vez al Olog-Hai. Encontraron muchos tesoros, como armaduras y armas de combate, preciosos ejemplares que alguna vez fueran de valientes guerreros, que criaturas como Gháshnat no merecían tener.

Con la victoria sobre los hombros y con el alma tranquila es como nuestros guerreros se despidieron, recordando siempre la unión que con el pasar de los años nunca se debilitara entre los hombres y elfos. Laenor e Idrinon se despidieron de los seis hombres y continuaron su camino a casa, hacia el norte del mar de Rhûn. En el mismo modo lo hacían los seis valientes hacia el suroeste. De regreso a casa los compañeros inesperadamente tropezaron con una manada de jabalíes salvajes. Inmediatamente, sin titubear Huslof se lanzo con arco y flecha en mano a la cacería del mejor ejemplar, sus compañeros también buscaron sus presas. Una vez concluida la jornada, tan solo Argoth y Huslof fueron los afortunados en cazar un jabalí, y al compararlos terminaron en la conclusión de que el ejemplar de Huslof era la bestia mas grande que los ojos de la historia de la cacería habría visto hasta el momento. Fue así como la historia cuenta la travesía de Huslof, “el cazador de jabalíes”, pero esa ya será otra historia.

FIN.

Gracia amigo por haber leído esta mi pequeña historieta, espero que haya entretenido tu tiempo. Hasta la próxima…
Tu amigo.
Juanjo.

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